Conclusión: ¿vale más prevenir que curar?
La previsión de consenso apunta a la continuidad de la excelente evolución de la economía mundial. Con todo, cabe identificar al menos cuatro ámbitos de preocupación, si bien nuestra capacidad para calcular su probabilidad y posible interdependencia no deja de ser limitada. En primer lugar, no puede descartarse un repunte de las presiones inflacionistas a escala mundial. Segundo, la actual desaceleración en Estados Unidos podría resultar más seria de lo esperado, con mayores efectos sobre el resto del mundo. Tercero, los desequilibrios mundiales por cuenta corriente, junto con la magnitud y volatilidad de los flujos de capital, indican cierta vulnerabilidad a cambios bruscos en los tipos de cambio, con posibles implicaciones para los mercados financieros y los precios de los activos. Por último, al incorporar la mayoría de los mercados de activos el escenario más optimista en sus valoraciones, cualquier perturbación negativa podría tener consecuencias inesperadas.
Estas incertidumbres hacen difícil elaborar políticas macroeconómicas de carácter prospectivo. La dificultad es aún mayor si se atiende al debate actual sobre qué papel han de desempeñar los agregados monetarios y crediticios en la formulación de la política monetaria y hasta qué punto es deseable adoptar medidas preventivas para afrontar el carácter procíclico del sistema financiero. Dicho esto, con el trasfondo de inquietud por la evolución de la inflación mundial y las muestras de crecientes desequilibrios financieros en numerosas regiones, podrían necesitarse una supervisión y unas condiciones financieras más estrictas. Asimismo, una política fiscal más restrictiva podría tener consecuencias positivas en el corto y medio plazo. Evidentemente, los países con abultados déficits en cuenta corriente deberían estar a la vanguardia en esas medidas de endurecimiento. La probabilidad de reducir los desequilibrios mundiales por cuenta corriente de forma ordenada también podría aumentar con un régimen cambiario más flexible y con cambios estructurales. Los países con déficits por cuenta corriente deben centrarse en la producción de bienes y servicios comerciables y, aquéllos con superávits, en la de los no comerciables. En este sentido, ni la pasada fortaleza del sector de la vivienda en Estados Unidos ni la actual del sector exportador en Asia pueden considerarse enteramente deseables.